lunes, 15 de abril de 2013

LA ESCUELA QUE NOS QUIEREN IMPONER (Miguel A. Garcia Alonso)


¿Qué es la escuela?
¿Qué entendemos que debe ser la escuela?
¿Qué quiere el poder que sea la escuela?

La escuela no la hemos inventado ahora. Empecemos.

El ser humano, los seres humanos, una vez alcanzada en su evolución biológica de ser vivo, una determinada condición y capacidad del órgano rector de la actividad (el cerebro, claro), comenzó a evolucionar en otra dirección, esta vez distinta quizá no sólo cuantitativa sino cualitativamente de la mayoría del resto de animales: La evolución social.

Para que tal evolución social (el hombre es esencialmente grupal como se sabe), perfeccionamiento o como queramos llamarlo, pudiera efectuarse, tras la adquisición instantánea que se produce gracias a las cualidades cerebrales, de algún conocimiento, técnica o simplemente imaginación propia o mito, debe necesariamente procederse a su compartición con el resto de humanos, de forma que no deba reinventarse la rueda cada generación. Para ello surgen, también de modo biológicamente evolutivo (cerebro, cuerdas y estructuras vocales, la mano), el lenguaje y la escritura.

Al principio, todo ocurría en el entorno cercano, el conocimiento se transmitía de padres a hijos, entre hermanos, con los vecinos más próximos. Pero, el rápido aumento de la cantidad de informaciones conjuntamente con la mayor complejidad de las agrupaciones sociales produjo que, fuera necesario concebir una figura, un rol, de digamos “expertos”, cuya dedicación plena fuera la de inculcar los conocimientos básicos a los niños, previamente a su crecimiento como adultos, “antes” de que la aplicación real de tales conocimientos fueran estrictamente necesarios para facilitar y mejorar su aplicación posterior, “liberando” de paso al resto de progenitores de la onerosa y difícil tarea. Esa figura es la que conocemos como “maestro”, desde las primeras civilizaciones mesopotámicas, egipcias y griegas.

Como es de suponer, cuando la cantidad y complejidad de la información a transmitir se fue elevando, con un único “maestro” no era suficiente, por lo que se fueron agrupando varios de ellos que, al tiempo, fueron asimismo especializándose por materias o especialidades. Aquí tenemos ya los primeros rudimentos de lo que es la escuela, aquí nace.

Y, una vez nacida, surgida de forma paralela a la propia evolución de las agrupaciones humanas, con la consolidación de las estructuras de poder político, de los instrumentos organizados de dominación de los muchos por los pocos, entre ellos el invento y concreción de la religión organizada, de las primeras tiranías y la aniquilación del comunismo primitivo en que siempre se movieron los cazadores-recolectores, el Poder se percató, como no podía ser menos, de que una, sino la mejor, de las mejores formas de mantener a la plebe sojuzgada era mediante el férreo control de lo que las escuelas impartían. Para ello, seleccionaban óptimamente a sus rectores y profesores al tiempo que unificaban y dogmatizaban unívocamente los contenidos a impartir, que nadie se saliera de lo estrictamente establecido.

Entonces, no es nuevo lo que ahora mismo se está produciendo, todos lo estamos viendo, y lo digo a modo sólo de ejemplo, en la Comunidad de Madrid. Sin mencionar los cientos de aspectos ideológicos en que se consigue embadurnar a los alumnos, no lo olvidemos, tiernos infantes, esponjas de cuanto se les inculque desde el mundo adulto (no sólo en la escuela, en la televisión, en los juegos, en las redes, donde sea), únicamente mencionaré hoy la COMPETITIVIDAD, término de absoluta importancia y que se utiliza cada día desde la Consejería de Educación de esta Comunidad, y a cuya expansión en las aulas dedican ingentes esfuerzos. Caiga quien caiga, promueven exámenes tras exámenes, pruebas incesantes, trabajos, deberes para casa, siempre con el conocimiento del resto del alumnado de “quienes” lo hacen bien y, especialmente, “quienes” lo hacen mal, provocando los retos, las luchas, los desprecios y el fracaso total de quienes no consiguen (muchos) su adaptación a un sistema que yo, personalmente, no dudaría en llamar CRIMINAL y ABYECTO. La competitividad así entendida corresponde lógicamente con los mecanismos de actuación del capitalismo más radical, para conseguir un futuro lleno, no de hombres formados en los valores democráticos de respeto y cohesión social, sino en auténticas alimañas, dignas del homo homini lupus que Hobbes tan atinadamente, ya hace tanto tiempo, vislumbró. Espero que las familias, como contrapeso fundamental, puedan hacer algo contra ello. En caso contrario, dejaremos a nuestros hijos no una sociedad de convivencia sino un campo de batalla sangriento. Ya veremos.

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