PALABRA DE FAMILIA

Compartimos las opiniones, reflexiones, cuestiones... que nos hacen llegar las familias:

MI HIJO NO HA CUMPLIDO 3 AÑOS Y YA TIENE SIETE MILLONES DE ENEMIGOS



A LA CARA: Poema que nos entregó un vecino de Fuenlabrada en una mesa de consulta por la educación pública.

A QUIEN CORRESPONDA: FAMILIAS PREOCUPADAS POR SERVICIO FUENLICOLES
Compartimos la preocupación de las familias del CEIP Benito Pérez Galdós ante la desaparición del servicio Fuenlicoles del centro.
http://www.slideshare.net/edukfuenla/carta-al-ayto-fuenlabrada-p


LA EDUCACIÓN ENCIERRA UN TESORO (INFORME DELORS) Informe a la Unesco de la Comisión Internacional sobre la educación para el siglo XXI, presidida por Jacques Delors y elaborado en 1996.
A QUIEN CORRESPONDA – Denuncia desde el CEIP Javier de Miguel

Yo no estudié en la escuela pública (Miguel A. García Alonso) 16 Abril 2013

 En efecto, yo no estudié en la escuela pública. Era casi imposible ya que, en época del insigne generalísimo por la gracia de dios, las únicas enseñanzas posibles, nunca obligatorias por ley como en la actualidad, eran en la religiosa (lo que se podría entender entonces por “pública”), con las nefastas consecuencias que ella conllevaba en la alienación y más que posible lavado del cerebro de los alumnos y, sobre todo, con el menoscabo de la salud por los incesantes y drásticos recursos al castigo psíquico y físico, y la “privada”, entonces aún más cara y con nula auditoría pública en cuanto a sus contenidos y métodos de enseñanza. También había institutos públicos, pero eran pocos y lejanos, y absolutamente adscritos a la enseñanza oficial reinante.
Así, a mí, cosas de la vida, me tocó la menos mala en mi opinión, es decir, la “privada”. Mis años infantiles transcurrieron en una academia privada, donde además yo fui el único de mi curso, o sea que yo compartía aula con los niños de “un curso menos”. El señor director, D. Javier Villanueva, culto y bastante amable para la época, y del cual guardo a pesar de todo un grato recuerdo, me atendía unos 5 minutos al principio de cada clase, indicándome qué partes del libro único (enciclopedia era llamada) tenía que estudiarme por mí mismo durante la clase mientras él u otro profesor enseñaba al resto de alumnos, aclarándome al final cuantas dudas pudieran haberme surgido o corrigiendo problemas o deberes previos. No me extraña que, con los años, obtuviera la carrera de Historia en la UNED, donde, básicamente, uno estudia con la sola compañía de uno mismo. Yo ya estaba bastante acostumbrado, la experiencia es la madre de la ciencia, decían.
Luego, cada año, en Junio y, si había peor suerte, en Septiembre, nos íbamos a examinar a un instituto, ése sí era público pero había pocos, el cual nos pertenecía por zona más o menos a los que íbamos “por libre”. En mi caso, el Cardenal Cisneros primero, y el Ramiro de Maeztu después, constituían mi único contacto pasajero con una educación de carácter público que ya, incipiente en su desarrollo como era, tenía no pocas características que la hacían envidiable a los ojos del niño pobre y abandonado de las huestes franquistas.
En aquellos “institutos”, había verdaderas aulas, no habitaciones malamente transformadas, había “servicios”, había “cafetería”, había “patio”, con instalaciones de gimnasia, interiores y exteriores, profesores distintos por asignatura y, sobre todo, había exámenes durante el curso que respondían fielmente el programa oficial de las asignaturas y cuyas calificaciones contaban para el examen final que, en nuestro caso, era la única posibilidad de aprobar que se nos brindaba.  ¡Qué envidia nos daba cuando acudíamos a los exámenes, ver todo aquello, aquella “inmensidad” de recursos puestos a disposición del alumnado! Comparado con lo disponible en mi humilde colegio de pago, en la avenida Donostiarra o en Virgen del Lluc, aquello era el paraíso del aprendizaje y el bienestar para unos niños que, como yo mismo, estábamos ávidos de ciencia y literatura.
Cuando, al paso de los años, conseguí terminar el bachillerato superior y reválida, que era entonces lo que se llevaba, con unas notas de medio a bajas, lo cual dado el sistema de evaluación sufrido no estaba nada mal, mis padres me hicieron estudiar, con sus pocos posibles, en otra academia privada pero más grande y preparada, sita en la Gran Vía (era el primer año del Curso de Orientación Universitaria, COU, que sustituyó al PREU). Allí, como no podía ser de otra manera, mis notas crecieron, con la evaluación continua y las mejoras en profesorado) exponencialmente y pude ingresar en la universidad, pasando también con facilidad la selectividad en su primer año en España. A partir de ahí, contarlo es harina de otro costal, inmersos como estábamos en las tremendas luchas estudiantiles contra el oprobio de la dictadura y el surgir de la nueva etapa democrática.    
El objeto de este relato personal no es otro de justificar que, los que no pudimos gozar del encanto y la justicia del estudio en el sistema de la educación pública, sabemos bien, muy bien, en nuestras carnes que es el único sistema educativo que permite formar adecuadamente a los hijos de todos, integrar a todos, haciendo que la capacidad y el esfuerzo sean el único límite que se establezca a la enseñanza. A mí, llegar me costó demasiado y ví como muchos otros que hubieran podido formarse, abandonaron porque aquel sistema les impidió, cruelmente, crecer como personas. No podemos dejar de batirnos en las trincheras por la educación pública si no queremos retroceder a los tiempos feudales, no tenemos derecho a abandonar a su sino a las generaciones venideras. Luchar es, os digo, la única opción posible, no hay otra vía de derrotar al caciquismo de esta derecha antediluviana, a este fascismo latente que no puede ocultarse por más tiempo. Sí, yo no pude estudiar en la escuela pública, muy, muy a mi pesar.

La escuela que nos quieren imponer (Miguel A. García Alonso) 15 Abril 2013

¿Qué es la escuela?
¿Qué entendemos que debe ser la escuela?
¿Qué quiere el poder que sea la escuela?

La escuela no la hemos inventado ahora. Empecemos.

El ser humano, los seres humanos, una vez alcanzada en su evolución biológica de ser vivo, una determinada condición y capacidad del órgano rector de la actividad (el cerebro, claro), comenzó a evolucionar en otra dirección, esta vez distinta quizá no sólo cuantitativa sino cualitativamente de la mayoría del resto de animales: La evolución social.
Para que tal evolución social (el hombre es esencialmente grupal como se sabe), perfeccionamiento o como queramos llamarlo, pudiera efectuarse, tras la adquisición instantánea que se produce gracias a las cualidades cerebrales, de algún conocimiento, técnica o simplemente imaginación propia o mito, debe necesariamente procederse a su compartición con el resto de humanos, de forma que no deba reinventarse la rueda cada generación. Para ello surgen, también de modo biológicamente evolutivo (cerebro, cuerdas y estructuras vocales, la mano), el lenguaje y la escritura.
Al principio, todo ocurría en el entorno cercano, el conocimiento se transmitía de padres a hijos, entre hermanos, con los vecinos más próximos. Pero, el rápido aumento de la cantidad de informaciones conjuntamente con la mayor complejidad de las agrupaciones sociales produjo que, fuera necesario concebir una figura, un rol, de digamos “expertos”, cuya dedicación plena fuera la de inculcar los conocimientos básicos a los niños, previamente a su crecimiento como adultos, “antes” de que la aplicación real de tales conocimientos fueran estrictamente necesarios para facilitar y mejorar su aplicación posterior, “liberando” de paso al resto de progenitores de la onerosa y difícil tarea. Esa figura es la que conocemos como “maestro”, desde las primeras civilizaciones mesopotámicas, egipcias y griegas.
Como es de suponer, cuando la cantidad y complejidad de la información a transmitir se fue elevando, con un único “maestro” no era suficiente, por lo que se fueron agrupando varios de ellos que, al tiempo, fueron asimismo especializándose por materias o especialidades. Aquí tenemos ya los primeros rudimentos de lo que es la escuela, aquí nace.
Y, una vez nacida, surgida de forma paralela a la propia evolución de las agrupaciones humanas, con la consolidación de las estructuras de poder político, de los instrumentos organizados de dominación de los muchos por los pocos, entre ellos el invento y concreción de la religión organizada, de las primeras tiranías y la aniquilación del comunismo primitivo en que siempre se movieron los cazadores-recolectores, el Poder se percató, como no podía ser menos, de que una, sino la mejor, de las mejores formas de mantener a la plebe sojuzgada era mediante el férreo control de lo que las escuelas impartían. Para ello, seleccionaban óptimamente a sus rectores y profesores al tiempo que unificaban y dogmatizaban unívocamente los contenidos a impartir, que nadie se saliera de lo estrictamente establecido.
Entonces, no es nuevo lo que ahora mismo se está produciendo, todos lo estamos viendo, y lo digo a modo sólo de ejemplo, en la Comunidad de Madrid. Sin mencionar los cientos de aspectos ideológicos en que se consigue embadurnar a los alumnos, no lo olvidemos, tiernos infantes, esponjas de cuanto se les inculque desde el mundo adulto (no sólo en la escuela, en la televisión, en los juegos, en las redes, donde sea), únicamente mencionaré hoy la COMPETITIVIDAD, término de absoluta importancia y que se utiliza cada día desde la Consejería de Educación de esta Comunidad, y a cuya expansión en las aulas dedican ingentes esfuerzos. Caiga quien caiga, promueven exámenes tras exámenes, pruebas incesantes, trabajos, deberes para casa, siempre con el conocimiento del resto del alumnado de “quienes” lo hacen bien y, especialmente, “quienes” lo hacen mal, provocando los retos, las luchas, los desprecios y el fracaso total de quienes no consiguen (muchos) su adaptación a un sistema que yo, personalmente, no dudaría en llamar CRIMINAL y ABYECTO. La competitividad así entendida corresponde lógicamente con los mecanismos de actuación del capitalismo más radical, para conseguir un futuro lleno, no de hombres formados en los valores democráticos de respeto y cohesión social, sino en auténticas alimañas, dignas del homo homini lupus que Hobbes tan atinadamente, ya hace tanto tiempo, vislumbró. Espero que las familias, como contrapeso fundamental, puedan hacer algo contra ello. En caso contrario, dejaremos a nuestros hijos no una sociedad de convivencia sino un campo de batalla sangriento. Ya veremos.

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