¿Qué es la escuela?
¿Qué entendemos que debe ser la escuela?
¿Qué quiere el poder que sea la escuela?
La escuela no la hemos inventado ahora. Empecemos.
El ser humano, los seres humanos, una vez alcanzada en su
evolución biológica de ser vivo, una determinada condición y capacidad del
órgano rector de la actividad (el cerebro, claro), comenzó a evolucionar en
otra dirección, esta vez distinta quizá no sólo cuantitativa sino
cualitativamente de la mayoría del resto de animales: La evolución social.
Para que tal evolución social (el hombre es esencialmente
grupal como se sabe), perfeccionamiento o como queramos llamarlo, pudiera
efectuarse, tras la adquisición instantánea que se produce gracias a las
cualidades cerebrales, de algún conocimiento, técnica o simplemente imaginación
propia o mito, debe necesariamente procederse a su compartición con el resto de
humanos, de forma que no deba reinventarse la rueda cada generación. Para ello
surgen, también de modo biológicamente evolutivo (cerebro, cuerdas y
estructuras vocales, la mano), el lenguaje y la escritura.
Al principio, todo ocurría en el entorno cercano, el
conocimiento se transmitía de padres a hijos, entre hermanos, con los vecinos
más próximos. Pero, el rápido aumento de la cantidad de informaciones
conjuntamente con la mayor complejidad de las agrupaciones sociales produjo
que, fuera necesario concebir una figura, un rol, de digamos “expertos”, cuya
dedicación plena fuera la de inculcar los conocimientos básicos a los niños,
previamente a su crecimiento como adultos, “antes” de que la aplicación real de
tales conocimientos fueran estrictamente necesarios para facilitar y mejorar su
aplicación posterior, “liberando” de paso al resto de progenitores de la
onerosa y difícil tarea. Esa figura es la que conocemos como “maestro”, desde
las primeras civilizaciones mesopotámicas, egipcias y griegas.
Como es de suponer, cuando la cantidad y complejidad de la
información a transmitir se fue elevando, con un único “maestro” no era
suficiente, por lo que se fueron agrupando varios de ellos que, al tiempo,
fueron asimismo especializándose por materias o especialidades. Aquí tenemos ya
los primeros rudimentos de lo que es la escuela, aquí nace.
Y, una vez nacida, surgida de forma paralela a la propia
evolución de las agrupaciones humanas, con la consolidación de las estructuras
de poder político, de los instrumentos organizados de dominación de los muchos
por los pocos, entre ellos el invento y concreción de la religión organizada,
de las primeras tiranías y la aniquilación del comunismo primitivo en que
siempre se movieron los cazadores-recolectores, el Poder se percató, como no
podía ser menos, de que una, sino la mejor, de las mejores formas de mantener a
la plebe sojuzgada era mediante el férreo control de lo que las escuelas
impartían. Para ello, seleccionaban óptimamente a sus rectores y profesores al
tiempo que unificaban y dogmatizaban unívocamente los contenidos a impartir,
que nadie se saliera de lo estrictamente establecido.
Entonces, no es nuevo lo que ahora mismo se está
produciendo, todos lo estamos viendo, y lo digo a modo sólo de ejemplo, en la
Comunidad de Madrid. Sin mencionar los cientos de aspectos ideológicos en que
se consigue embadurnar a los alumnos, no lo olvidemos, tiernos infantes,
esponjas de cuanto se les inculque desde el mundo adulto (no sólo en la
escuela, en la televisión, en los juegos, en las redes, donde sea), únicamente
mencionaré hoy la COMPETITIVIDAD, término de absoluta importancia y que se
utiliza cada día desde la Consejería de Educación de esta Comunidad, y a cuya
expansión en las aulas dedican ingentes esfuerzos. Caiga quien caiga, promueven
exámenes tras exámenes, pruebas incesantes, trabajos, deberes para casa,
siempre con el conocimiento del resto del alumnado de “quienes” lo hacen bien
y, especialmente, “quienes” lo hacen mal, provocando los retos, las luchas, los
desprecios y el fracaso total de quienes no consiguen (muchos) su adaptación a
un sistema que yo, personalmente, no dudaría en llamar CRIMINAL y ABYECTO. La
competitividad así entendida corresponde lógicamente con los mecanismos de
actuación del capitalismo más radical, para conseguir un futuro lleno, no de
hombres formados en los valores democráticos de respeto y cohesión social, sino
en auténticas alimañas, dignas del homo homini lupus que Hobbes tan
atinadamente, ya hace tanto tiempo, vislumbró. Espero que las familias, como
contrapeso fundamental, puedan hacer algo contra ello. En caso contrario,
dejaremos a nuestros hijos no una sociedad de convivencia sino un campo de
batalla sangriento. Ya veremos.
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